jueves, 26 de mayo de 2022

EL PASTOR Y EL LOBO

Un pastorcillo cuidaba cada día sus ovejas mientras éstas comían hierbas. Pasaba el rato lanzando piedras y viendo hasta dónde llegaban, o mirando las nubes para ver cuántas formas de animales distinguía.

Le gustaba mucho su trabajo, pero hubiera deseado que fuera algo más divertido. Y un día decidió gastar una broma a la gente del pueblo.

-¡Socorro, socorro! ¡El lobo, el lobo! -gritó muy fuerte.

Al oír los gritos del pastor, los hombres del pueblo cogieron palos y bastones y corrieron para ayudar al niño a salvar sus ovejas. Pero cuando llegaron, no vieron ningún lobo. Sólo vieron al pastorcillo que lanzaba grandes carcajadas.

-¡Os he engañado! ¡Os he engañado! -decía.

Los hombres pensaban que era una broma muy pesada. Le advirtieron que no volviera a hacerlo, a menos que, verdaderamente, estuviera allí el lobo.

Una semana después, el pastorcillo volvió a gastar la misma broma a la gente del pueblo.

-¡El lobo, el lobo! -gritó.

Una vez más, los hombres corrieron a ayudarle y no encontraron lobo alguno; sólo al chico, que se reía de ellos.

Al día siguiente llegó de verdad el lobo de la colina para devorar unas cuantas ovejas gordas.

-¡El lobo, el lobo! -gritaba el pastorcillo con toda su fuerza.

Los hombres del pueblo oyeron sus gritos de socorro y se rieron:

-Trata de gastarnos otra broma -dijeron-, pero no nos engañará.

Finalmente, el chico dejó de gritar. Sabía que los del pueblo no le creían. Sabía que no iban a acudir. Todo lo que podía hacer era quedarse allí, viendo cómo el lobo devoraba sus ovejas.

Al que dice mentiras, nadie le cree, ni aun cuando diga la verdad.

Esopo

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