jueves, 22 de noviembre de 2012

Tragicomedia de Calixto y Melibea O LA CELESTINA



Entra en el sagrado recinto de las buenas letras, en tu bodeguilla de libros con solera, donde toman cuerpo y envejecen para ir mejorando como los buenos vinos. Entra en tu cava de los libros y busca el que llrva el siguiente título, que lo vamos a desempolvar y si no entero, tomaremos de él una copilla:


Tragicomedia de Calixto y Melibea
O
LA CELESTINA


Hoy ya parece estar fuera de toda duda el que Fernando de Rojas sea el autor de los 21 capítulos de que consta la obra, tal como quedó después de su tercera edición en su redacción definitiva. De todos modos todavía hay hoy quien sigue discutiendo si fue uno solo el autor, si fueron dos o, incluso más.

¿Conocías de antes la obra? Entonces seguro que no te costará mucho volver a desempolvarla, porque en el recuerdo te quedará el regusto de las cosas buenas.
¿Qué no la conocías ni piensas hacerlo?
Bueno, bueno, perdona, pero tú te lo pierdes. ¿Eres de los que piensa que eso ya no se lleva, ni su léxico, ni su sintaxis, ni su estilo, ni su trama…?
Pero, amigo, tampoco “se llevan” hoy las Pirámides mayas ni las egipcias, ni la Muralla China, ni la ciudad del Machu Pichu, ni la Alhambra de Granada, ni…Hoy se siguen construyendo obras maestras, verdaderos tesoros artísticos, más modernos claro, de otra manera. Pero… ¿tú sabes los millones de turistas que anualmente visitan los lugares antes citados para admirar la belleza, emocionarse con el ingenio o la magnitud y sumergirse en el placer de las proporciones?
Si te acercas a La Celestina sin prejuicios, encontrarás una arquitectura proporcionada, hermosa, artística, genial; la palabra  precisa en su lugar exacto cual piedra labrada. La frase redonda, magistralmente construida como sólo está al alcance de un Cervantes, un Quevedo y pocos más.
Has de acercarte no tanto buscando una historia, una trama, que también la tiene (es una tragicomedia) sino el placer mismo de sumergirte en un lenguaje, cuyo caudal prodigioso te llevará al disfrute indescriptible de quien no se da cuenta de que pasan las horas a su lado.
No nos pongamos nostálgicos y vayamos a la descripción que hace Parmeno de Celestina y de sus oficiós. Con esta copita bastarà:

“…Ella tenía seis oficios, conviene saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poco hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a lavarse y a lavar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar. Y aun otros hurtillos de más cualidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía ella esta sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. (...) Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas, hombres descalzos, contritos y rebozados, destacados, que entraban allí a llorar sus pecados. (...) Y en su casa hacía perfumes, falseaba estoraques, benjuí, amines, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía solimán, afeite cocido, argentadas, bujelladas, cerillas, lanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimientes, alcalinos y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de corteza de espantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbión, con tuétano de corzo y de garza, y otras confecciones. Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselvas y clavellinas, mosquetas y almizcladas, pulverizadas con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y millifolia, y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza y de aclaraban y de gamo y de gato montés y de tejón, de harda, de erizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla, de las hierbas y raíces que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza, espliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje e higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de benjuí, de alfónsigos, de piñones, de granillo, de azofaifas, de negrilla, de altramuces, de arvejas y de carillas y de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla, que guardaba para aquel rasguño que tiene por las narices. Esto de los virgos, unos hacía con vejiga y otros curaba apunto. Tenía en un tabladillo, en una cazuela pintada, unas agujas delgadas de pellejos e hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas: que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía…
“…Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos, a otros, pintaban, con bermellón; a otros, daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas y otras cosas de barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira”.
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