sábado, 25 de enero de 2020


Tres “Júpiters” y La Fontaine:

-Mientras ríe la broma, Júpiter rumia su venganza.
-A la imagen de Júpiter esculpida sólo le falta hablar.
-Redundan en beneficio de los demás las condiciones que, en el suyo propio, un    “listillo” le puso  a Júpiter.
...............

Júpiter y el aparcero

Tenía Júpiter una hacienda y quería darla a medias. Mercurio la anunció. Se presentaron varios campesinos e hicieron proposiciones que recibieron, discutieron y disputaron, dando mil vueltas al asunto. Alegaban unos que la finca era dura de cultivar; ponían otros diferentes peros, y estando en esos tratos, uno de ellos, cuya audacia era mayor que su cautela, ofreció dar tanto, si Júpiter le dejaba disponer del tiempo: es decir que hiciese frío o calor, que lloviese o saliese el sol, a medida de su paladar. Consiente Júpiter, se cierra el trato, y nuestro hombre dispone a su guisa de los elementos, anubla o serena el cielo a su capricho, suelta las lluvias y los vientos a su antojo, y se arregla el clima y las estaciones a su gusto, sin que lo adviertan sus más próximos vecinos. Y eso les valió, porque tuvieron buena cosecha y llenaron hasta el tope la troje y la bodega. En cambio, el aparcero de Júpiter salió con las manos en la cabeza. Al año siguiente dispuso y arregló de otra manera los cambios atmosféricos; pero no rindieron más sus campos, ni menos los de sus colindantes. No tuvo otro remedio que acudir al soberano de los dioses y confesar su imprevisión. Júpiter, benévolo siempre, apiadó de él.
Y la verdad es que nadie le enmienda tan fácilmente la plana a la providencia.

La Fontaine

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El escultor y la estatua de Júpiter

Le gustó tanto a un escultor un magnifico bloque de mármol, que al punto lo compró "¿En qué convertirá este mármol mi cincel? Se preguntó. ¿Haré de él un Dios, una mesa o una cubeta? Dios será, y ha de esgrimir con la diestra el rayo: ¡Temblad mortales y dirigidle vuestras súplicas! ¡Ahí tenéis al señor del universo!"
Supo dar tan propia expresión al ídolo, que la gente no echaba de menos en aquella imagen de Júpiter más que el habla, y hasta se cuenta que el artífice, cuando la vio terminada, fue el primero que tembló, asustado de su misma obra. No fue menor en otros tiempos la flaqueza de los poetas, que temieron la ira, y la cólera de divinidades por ellos mismos inventadas. Hacían en esto como los niños, a quienes preocupa continuamente el miedo de que se irriten y disgusten sus muñecos. Sigue fácilmente el sentimiento a la imaginación, y de esta fuente brotó el error del paganismo, extendido en tantas naciones. Nos seducen las propias quimeras: Pigmalión convirtiese en amante de la imagen que el mismo fabricara. Convierte el hombre en realidad, hasta donde le es posible, sus imaginarios sueños; su alma es de hielo para la verdad y de fuego para la mentira.

La Fontaine

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Júpiter y el pasajero

Sorprendido por la tormenta, ofreció un navegante cien bueyes al vencedor de los titanes. El caso era que no tenía un solo buey, y lo mismo le hubiera costado prometer cien elefantes. Cuando estuvo en la playa, quemó algunos huesos, y el humo subió a las narices de Júpiter. "Señor Dios, le dijo, acepta mi promesa; perfume de buey sacrificado respira tu sacra majestad. El humo es la parte que te corresponde; no te debo otra cosa." Júpiter hizo como que reía; pero, pocos días después, tomó la revancha, enviándole un sueño para revelarle que en cierto lugar había un tesoro escondido. Nuestro hombre corrió a buscarlo; topó con unos ladrones, y no teniendo en la bolsa más que un escudo, les prometió cien talentos de oro, bien contados, del tesoro que buscaba y que estaba en tal punto soterrado. Les pareció sospechoso el sitio a los bandoleros, y uno de ellos le dijo: "Burlándote estás de nosotros, amiguito; muere, y llévale a Plutón tus cien talentos."

La Fontaine


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