Samaniego
llega con cuatro leones
El primero hace del rebuzno de un burro trompa de caza.
El segundo león está en apuros, pero recibe recompensa por ser
clemente.
El tercer león de Samaniego, no consigue engañar a la barbona.
Al cuarto león de Samaniego enseña el hombre a ser rey clemente y
amable.
El león y el asno cazando
Su majestad leonesa en compañía
de un borrico se sale en montería.
En la parte al intento acomodada,
formando el mismo león una enramada,
mandó al asno que en ella se ocultase
y que de tiempo en tiempo rebuznase,
como trompa de caza en el ojeo.
Logró el Rey su deseo,
pues apenas se vio bien apostado,
cuando al son del rebuzno destemplado,
que los montes y valles repetían,
a su selvoso albergue se volvían
precipitadamente
las fieras enemigas juntamente,
y en su cobarde huida,
en las garras del león pierden la vida.
Cuando el asno se halló con los despojos
de devoradas fieras a sus ojos,
dijo: “Pardiez, si llego más temprano,
a ningún muerto dejo hueso sano.”
A tal fanfarronada
soltó el Rey una grande carcajada;
y es que jamás convino
hacer del andaluz al vizcaíno.
El león y el ratón
Estaba un ratoncillo aprisionado
en las garras de un león, el desdichado
en la tal ratonera no fue preso
por ladrón de tocino ni de queso,
sino porque con otros molestaba
al león, que en su retiro descansaba.
Pide perdón, llorando su insolencia,
al oír implorar la real clemencia,
responde el rey en majestuoso tono
– no dijera más Tito- “te perdono”.
Poco después cazando el león tropieza
en una red oculta en la maleza,
quiere salir, mas queda prisionero;
atronando la selva ruge fiero.
El libre ratoncillo, que lo siente,
corriendo llega roe diligente
los nudos de la red de tal manera
que al fin rompió los grillos de la fiera.
Conviene al poderoso
para los infelices ser piadoso;
tal vez se puede ver necesitado
del auxilio de aquel más desdichado.
El león y la cabra
Un señor león andaba, como un perro,
del valle al monte, de la selva al cerro,
a cazar, sin hallar pelo ni lana,
perdiendo la paciencia y la mañana.
Por un risco escarpado
ve trepar una cabra a lo encumbrado,
de modo que parece que se empeña
en hacer creer al león que se despeña.
El pretender seguirla fuera en vano;
el cazador entonces cortesano
le dice: “Baja, mi querida;
no busques precipic¡os a tu vida:
en el valle frondoso
pacerás a mi lado con reposo”
“¿Desde cuándo, señor, la real persona
cuida con tanto amor de la barbona?
Esos halagos tiernos
no son por bien, apostaré los cuernos.”
Así le respondió la astuta cabra,
y el león se fue sin replicar palabra.
Lo paga la infeliz con el pellejo
si toma sin examen el consejo.
El
león, el tigre y el caminante
Entre sus fieras garras oprimía
un tigre a un caminante.
A los triste quejidos al instante
un león acudió: con bizarría
lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre
a su regia caverna. “Toma aliento,
le decía el león; nada te asombre;
soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
que se atreva a mi fuerza incomparable?
Tú puedes responder, o que lo diga
esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
domino en todo el bosque dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el oso
con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
los huesos que blanquean este piso
dan el más claro aviso
de valor sin par y mis proezas.”
“Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
los triunfos miro de tu fuerza airada,
contemplo a tu nación amedrantada;
al liberarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
en lugar de despótico tirano;
porque, señor, es llano
que el monarca será más venturoso
cuanto hiciera su pueblo más dichoso.”
“Con razón has hablado;
y ya me causa pena
el haber yo buscado
mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
el orgullo produjo mil errores,
que me los ha encubierto con engaños
una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
que por el mundo todo
no reinan los humanos de otro modo,
tú lo sabrás mejor; dime ¿y es cierto?
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