Un león de Esopo y otros dos de Samaniego
El de Esopo recibe una lección sin demandarla.
Uno de Samaniego deja de ser respetado, al faltarle el vigor
físico.
El otro no sabía que no debería fiarse de los hombres.
El león y el delfín
Paseaba un león por una playa y vio a un delfín asomar su cabeza fuera del agua. Le propuso entonces una alianza:
-Nos conviene unirnos a ambos, siendo tú el rey de los animales
del mar y yo el de los
terrestres -le dijo.
Aceptó gustoso el delfín. Y el león, quien desde hacía tiempo se
hallaba en guerra contra un
loro salvaje, llamó al delfín a que le ayudara. Intentó el delfín
salir del agua, mas no lo
consiguió, por lo que el león lo acusó de traidor.
-¡No soy yo el culpable ni a quien debes acusar, sino a la
Naturaleza –respondió el delfín-,
porque ella es quien me hizo acuático y no me permite pasar a la tierra!
Esopo
El león envejecido
Al miserable estado
de una cercana muerte reducido
estaba ya postrado
un viejo león del tiempo consumido,
tanto más feliz y lastimoso,
cuanto había vivido más dichoso.
Los que cuando valiente
humildes le rendían vasallaje,
al verlo decadente,
acuden a tratarlo con ultraje;
que como la experiencia nos enseña,
de árbol caído todos hacen leña.
Cebados a porfía,
lo sitiaban sangrientos y feroces.
El lobo le mordía,
tirábale el caballo fuertes coces,
luego le daba el toro una cornada,
después el jabalí su dentellada.
Sufrió constantemente
estos insultos; pero reparando
que hasta el asno insolente
iba a ultrajarle, falleció clamando:
“Esto es doble morir, no hay sufrimiento,
porque muero injuriado de un jumento.”
Si en su mudable vida
al hombre la fortuna ha derribado
con mísera caída
desde donde lo había ella encumbrado,
¿qué ventura en el mundo se promete
si aún de los viles llega a ser juguete?
Samaniego
El león enamorado
Amaba un león a una zagala hermosa;
pidiola por esposa
a su padre, pastor, urbanamente.
El hombre, temeroso, mas prudente,
le respondió: “Señor, en mi conciencia,
que la muchacha logra conveniencia;
pero la pobrecita, acostumbrada
a no salir del prado y la majada,
entre la mansa oveja y el cordero,
recelará tal vez que seas fiero.
No obstante, bien podemos, si consientes,
cortar tus uñas y limar tus dientes,
y así verá que tiene tu grandeza
cosas de majestad, no de fiereza.”
Consiente el manso león enamorado,
y el buen hombre lo deja desarmado;
da luego su silbido:
Llegan el Matalobos y Atrevido,
perros de su cabaña; de esta suerte
al indefenso león dieron la muerte.
Un cuarto apostaré a que en este instante
dice, hablando del león, algún amante,
que de la misma muerte haría gala
con tal que se le diese la zagala.
Deja, Fabio, el amor, déjalo luego;
mas hablo en vano, porque , siempre ciego,
no ves el desengaño,
y así te entregas a tu propio daño.
Samaniego
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