martes, 10 de octubre de 2017

Todos, menos una, pecaron de imprudencia

Un cangrejo: siendo de mar, en tierra busca la aventura.
Unas criadas: mataron al gallo, pero no durmieron más horas.
Un jilguero: aprendió un poco tarde a ser prudente.
Una zorra: por algo se dice que es astuta.

La zorra y el cangrejo del mar

Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la playa. La vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer, corrió hacia él y lo capturó. Entonces el cangrejo, ya listo para ser devorado, exclamó:
-¡Merezco todo esto, porque siendo yo animal de mar, he querido comportarme como si fuera de la tierra!

Esopo

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La viuda y las criadas

Una viuda muy laboriosa tenía unas jóvenes criadas a las que despertaba por la noche al canto del gallo para empezar el trabajo. Extenuadas siempre de fatiga, resolvieron matar al gallo de la casa por ser él a sus ojos el causante de su desgracia, puesto que despertaba a su señora antes de que abriese el día.
Mas, ejecutado el propósito, se encontraron con que habían agravado su mal, porque su señora, no teniendo el gallo que le indicaba la hora, las hacía levantar antes para ir al trabajo.

Esopo


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El murciélago y el jilguero

Un jilguero encerrado en una jaula colgada en una ventana cantaba de noche. Oyó un murciélago desde lejos su voz. Y acercándose, le preguntó por qué cantaba sólo de noche.
-No es sin razón –repuso- porque de día cantaba cuando me atraparon, pero desde entonces aprendí a ser prudente.
-¡Pues no es ahora cuando debías serlo, pues ya estás bien enjaulado, sino debió haber sido antes de que te capturaran! – replicó el murciélago.

Esopo

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La zorra y el león anciano

Un anciano león, incapaz ya de obtener por su propia fuerza la comida, decidió hacerlo usando la astucia. Para ello se dirigió a una cueva y se tendió en el suelo, gimiendo y fingiendo que estaba enfermo. De este modo, cuando los otros animales pasaban para visitarle, los atrapaba inmediatamente para su comida.
Habían llegado y perecido ya bastantes animales, cuando la zorra, adivinando cuál era su ardid, se presentó también, y deteniéndose a prudente distancia de la caverna, preguntó al león cómo iba con su salud.
-Mal –contestó el león, invitándole amablemente a entrar.
-Claro que hubiera entrado –le dijo la zorra. Si no viera que todas las huellas entran, pero no hay ninguna que llegara a salir.


Esopo

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