miércoles, 6 de septiembre de 2017

La muerte del perro

Cuatro meses vagando, vagando,
por las sendas calladas;
cuatro meses en busca de un hueso
y un hilito de agua
de las bocacalles.
Los ojos vidriados, la cabeza gacha
y la cola un guiñapo,
negro de moscas bravas,
iba el pobre perro
en un trote de pena y ansias.
Había dejado, sola como un médano,
a la casa,
y a los sauces, que estaban llorando
una ausencia muy larga, muy larga...
-¡"Ése está sarnoso, tírale una piedra!”
el cuzco seguía, las orejas laxas
y la lengua inútil
como una piltrafa,
quién sabe a qué rumbo, quién sabe a qué sombra
de una nueva casa.
Y una noche fría,
en que se llenaban de escarcha
todos los senderos,
todas las campiñas,
se quedó quietito, sin doblar las patas,
después de una ronca protesta a la suerte
que lo maltrataba,
y en el ojo oscuro, que ardía una estrella,
:brillaba una lágrima.


Gustavo Caraballo

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