Cuatro águilas de
Samaniego:
Con la
primera, el astuto escarabajo, ingenia la manera de vengarse dos veces.
La segunda,
enviada de Júpiter, pone cordura en la asamblea de los animales.
La tercera,
así como la jabalina, se traga el engaño de una gata taimada.
La cuarta
reconoce su impotencia y se deja aconsejar por una corneja maliciosa.
El Águila y el escarabajo
“Que me matan; favor”: así clamaba
una liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió un compasivo Escarabajo;
y viendo a la cuitada en tal trabajo,
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno de horror, exclama de esta suerte:
“¡Oh reina de las aves
escogida!
¿Por qué quitas la vida
a este pobre animal manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras
cebar tus uñas y tu corvo pico
en el frío cadáver de un borrico?
Cuando el Escarabajo así decía,
la águila con desprecio se reía
y sin usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora, pilla y vase.
El pequeño animal así burlado
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del águila altanera,
halla solos los huevos, y arrastrando,
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.
La reina de las aves sin
consuelo,
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor pídele, ruega
remedie tanto mal; el dios propicio,
por un incomparable beneficio
en su regazo hizo que pusiese
el águila sus huevos y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.
Supo el Escarabajo el caso todo:
astuto e ingenioso hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela y atrevido
pone su bola en el sagrado Nido.
Júpiter, que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
arrepentida el águila y llorosa
aprendió esa lección a mucho precio:
a nadie se le trate con desprecio,
como al Escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo,
para tomar venganza, si se irrita,
¿le faltará siquiera una bolita?
El águila y la asamblea de los animales
Todos los animales
cada instante
se quejaban a
Júpiter tonante
de la misma
manera
que si fuese
un alcalde de montera.
El Dios, y con
razón, amostazado,
viéndose
importunado,
por dar fin de
una vez a las querellas,
en lugar de
sus rayos y centellas,
de receptor envía
desde el cielo
al águila
rapante, que de un vuelo
en la tierra
juntó los animales
y expusieron
en suma cosas tales.
Pidió el león
la astucia del raposo,
éste de aquel
lo fuerte y valeroso;
envidia la
paloma la gallo fiero,
el gallo a la
paloma lo ligero;
quiere el
sabueso patas más felices,
y cuenta como
nada sus narices;
el galgo lo
contrario solicita;
y en fin, cosa
inaudita,
los peces de
las ondas ya cansados,
quieren probar
los bosques y los Prados;
y las bestias,
dejando sus lugares,
surcar las
olas de los anchos mares.
Después de
oírlo todo,
el águila
concluye de este modo:
“¿Tes, maldita
caterva impertinente,
que entre
tanto viviente
de uno y otro
elemento,
pues nadie
está contento,
no se
encuentra feliz ningún destino?
Pues, ¿para qué
envidiar el del vecino?”
Con sólo este
discurso,
aun el bruto
mayor de aquel concurso
se dio por
convencido.
De modo que es sabido
que ya solo se matan los humanos
en envidiar la suerte a sus hermanos.
La águila,
la gata y la jabalina
Una águila anidó sobre una encina.
Al pie criaba cierta jabalina,
y era un hueco del tronco corpulento
de una gata y sus crías aposento.
Esta gran marrullera
sube al nido del águila altanera
y con fingidas lágrimas le dice:
“¡Ay mísera de mí, ay infelice!
Éste sí que es Trabajo:
la vecina que habita el cuarto bajo,
como tú misma ves, el día pasa
hozando los cimientos de la casa.
La amainará, y en viendo la traidora
por tierra a nuestros hijos, los
devora.”
Después que dejó al águila asustada,
a la cueva se baja de callada,
y dice a la cerdosa: “Buena amiga,
cuando saques tus crías hacia el
monte,
las ha de devorar; así disponte.”
La gata, aparentando que temía,
se retiró a su cuarto y no salía
sino de noche, que con maña astuta
abastecía su pequeña gruta.
La jabalina, con tan triste nueva,
no salió de su cueva.
La águila en el ramaje temerosa ´
haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre
mata,
y de
elles hizo víveres la gata.
Jóvenes, ojo alerta, gran cuidado;
que un chismoso en amigo disfrazado
con capa de amistad cubres sus trazas,
y así causan el mal sus añagazas.
La
águila, la corneja y la tortuga
A una tortuga una águila arrebata;
La ladrona se apura y desbarata
por hacerla pedazos,
ya que no con la garra, a picotazos.
Viéndola una corneja en tal faena.
Le dice: “En vano tomas tanta pena:
¿No ves que es la tortuga, cuya casa
diente, cuerno ni pico la traspasa,
y si siente que llaman a su puerta,
se finge la dormida, sorda o muerta?”
“Pues ¿qué he de hacer?” “Remontarás
tu vuelo
y en mirándote allá cerca del cielo
la dejarás caer sobre un peñasco
y se hará una tortilla el duro casco.”
La águila, porque diestra lo ejecuta,
y la corneja astuta,
por autora de aquella maravilla,
lentamente comieron la tortilla.
¿Qué podrá resistirse a un poderoso
guiado de un consejo malicioso?
De estos tales se aparta el que es
prudente;
y así por escaparse de esta gente
las descendientes de la tal tortuga
a cuevas ignoradas hacen fuga.
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