Escuchando atento cuento de acacias,
su boquita en hilo para arriba arquea
y arrebolan sus blanquecinas mejillas
en polvo del suelo que por allí migra.
De gran abrigo con parches verdeado,
extendidos sus brazos sus dedos espigan
y sobre sus hombros los cuervos graznan
cuitas del laboro diario entre semillas.
Y en sol poniente sombrerea infante,
sobre su cabeza revoleada de trinos
donde su piel es rama de viejo árbol,
en derredor zumba vaivén de trigos.
Él siente glorioso redondear sus ojos,
admirado de tan singular paisaje
y dibujándosele tieso horizonte piensa
que si aspira en fuerza al cielo y tierra,
él es bendecido enlazado en campo
de bella dádiva que hace rotar su pierna.
María Inés Arias
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