Tres “Júpiters” y La
Fontaine:
-Mientras ríe
la broma, Júpiter rumia su venganza.
-A la imagen de
Júpiter esculpida sólo le falta hablar.
-Redundan en
beneficio de los demás las condiciones que, en el suyo propio, un “listillo” le puso a Júpiter.
...............
Júpiter y el aparcero
Tenía Júpiter
una hacienda y quería darla a medias. Mercurio la anunció. Se presentaron
varios campesinos e hicieron proposiciones que recibieron, discutieron y
disputaron, dando mil vueltas al asunto. Alegaban unos que la finca era dura de
cultivar; ponían otros diferentes peros, y estando en esos tratos, uno de
ellos, cuya audacia era mayor que su cautela, ofreció dar tanto, si Júpiter le
dejaba disponer del tiempo: es decir que hiciese frío o calor, que lloviese o
saliese el sol, a medida de su paladar. Consiente Júpiter, se cierra el trato,
y nuestro hombre dispone a su guisa de los elementos, anubla o serena el cielo
a su capricho, suelta las lluvias y los vientos a su antojo, y se arregla el
clima y las estaciones a su gusto, sin que lo adviertan sus más próximos
vecinos. Y eso les valió, porque tuvieron buena cosecha y llenaron hasta el
tope la troje y la bodega. En cambio, el aparcero de Júpiter salió con las
manos en la cabeza. Al año siguiente dispuso y arregló de otra manera los
cambios atmosféricos; pero no rindieron más sus campos, ni menos los de sus
colindantes. No tuvo otro remedio que acudir al soberano de los dioses y
confesar su imprevisión. Júpiter, benévolo siempre, apiadó de él.
Y la verdad es
que nadie le enmienda tan fácilmente la plana a la providencia.
La Fontaine
El escultor y la estatua de
Júpiter
Le gustó tanto
a un escultor un magnifico bloque de mármol, que al punto lo compró "¿En
qué convertirá este mármol mi cincel? Se preguntó. ¿Haré de él un Dios, una
mesa o una cubeta? Dios será, y ha de esgrimir con la diestra el rayo: ¡Temblad
mortales y dirigidle vuestras súplicas! ¡Ahí tenéis al señor del
universo!"
Supo dar tan
propia expresión al ídolo, que la gente no echaba de menos en aquella imagen de
Júpiter más que el habla, y hasta se cuenta que el artífice, cuando la vio
terminada, fue el primero que tembló, asustado de su misma obra. No fue menor
en otros tiempos la flaqueza de los poetas, que temieron la ira, y la cólera de
divinidades por ellos mismos inventadas. Hacían en esto como los niños, a
quienes preocupa continuamente el miedo de que se irriten y disgusten sus
muñecos. Sigue fácilmente el sentimiento a la imaginación, y de esta fuente
brotó el error del paganismo, extendido en tantas naciones. Nos seducen las
propias quimeras: Pigmalión convirtiese en amante de la imagen que el mismo
fabricara. Convierte el hombre en realidad, hasta donde le es posible, sus
imaginarios sueños; su alma es de hielo para la verdad y de fuego para la
mentira.
La Fontaine
Júpiter y el pasajero
Sorprendido
por la tormenta, ofreció un navegante cien bueyes al vencedor de los titanes.
El caso era que no tenía un solo buey, y lo mismo le hubiera costado prometer
cien elefantes. Cuando estuvo en la playa, quemó algunos huesos, y el humo
subió a las narices de Júpiter. "Señor Dios, le dijo, acepta mi promesa;
perfume de buey sacrificado respira tu sacra majestad. El humo es la parte que
te corresponde; no te debo otra cosa." Júpiter hizo como que reía; pero,
pocos días después, tomó la revancha, enviándole un sueño para revelarle que en
cierto lugar había un tesoro escondido. Nuestro hombre corrió a buscarlo; topó
con unos ladrones, y no teniendo en la bolsa más que un escudo, les prometió
cien talentos de oro, bien contados, del tesoro que buscaba y que estaba en tal
punto soterrado. Les pareció sospechoso el sitio a los bandoleros, y uno de
ellos le dijo: "Burlándote estás de nosotros, amiguito; muere, y llévale a
Plutón tus cien talentos."
La Fontaine
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