El ave extraordinaria
Hace mucho tiempo, un viajero recorrió
el mundo en busca del ave extraordinaria.
Aseguraban los sabios que lucía el
plumaje más blanco que se pudiera imaginar. Decían además que sus plumas
parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto
su sombra.
¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban.
Desconocían hasta su nombre. El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.
Un día, junto al lago, distinguió un
ave inmaculadamente blanca. Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia
y levantó el vuelo.
Su sombra voladora se dibujó sobre las
aguas del lago.
“Es solo un cisne” se dijo entonces el
viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.
Algún tiempo después, en el jardín de
un Palacio, vio un ave bellísima. Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje
resplandecía al sol. El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
-es solo un faisán blanco, no es lo que buscas.
El viajero incansable recorrió muchas
tierras, países, continentes...
Llegó a hasta el Asia y allí, en un
pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave
extraordinaria.
Juntos escalaron una montaña. Cerca de
la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable. Sus plumas incomparablemente
blancas, irradiaban una luz sin igual.
-Se llama Lumerpa –dijo el anciano-.
Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien quita entonces una
pluma, ésta pierde al momento su blancura y su brillo.
Allí terminó la búsqueda. El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro. Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y honor... que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aún después de la muerte.
Leonardo da Vinci
(De la red)
Imagen:https://www.blogger.com/blog
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