miércoles, 10 de marzo de 2021

DESEMPOLVANDO

La Celestina

Si te acercas a La Celestina sin prejuicios, encontrarás una arquitectura proporcionada, hermosa, artística, genial; la palabra  precisa en su lugar exacto cual piedra labrada. La frase redonda, magistralmente construida como sólo está al alcance de un Cervantes, un Quevedo y pocos más.

Has de acercarte no tanto buscando una historia, una trama, que también la tiene (es una tragicomedia) sino el placer mismo de sumergirte en un lenguaje, cuyo caudal prodigioso te llevará al disfrute indescriptible de quien no se da cuenta de que pasan las horas a su lado.

Los personajes de la obra son: Calixto y Melibea, los amantes; Pleberio y Alisa, padres de Melibea; Parmeno, Sempronio, Tristán y Sosia, criados de Calixto; Lucrecia, criada de Pleberio; Crito, putañero; Centurio, rufián; Elicia y Lucrecia, rameras y Celestina, la protagonista.

¿Qué quién es Celestina?

Vayamos a la descripción que hace Parmeno de Celestina y de sus oficios:

“…Ella tenía seis oficios, conviene saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poco hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de éstas sirvientes entraban en su casa a lavarse y a lavar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar. Y aun otros hurtillos de más cualidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía ella esta sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más: que por medio de aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a ejecución su propósito. Y aquéstas en tiempo honesto, como estaciones, procesiones de noche, misas de gallo, misas del alba y otras secretas devociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas, hombres descalzos, contritos y rebozados, destacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hacíase física de niños, tomaba estambre de unas casas, dábale a hilar a otras, por achaque de entrar en todas. Las unas: ¡madre, acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!; de todos muy conocida. Con todos estos afanes, nunca pasaba sin misa, ni vísperas, ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas. Esto porque allí hacía ella sus aleluyas y conciertos. Y en su casa hacía perfumes, falseaba estoraques, benjuí, amines, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía solimán, afeite cocido, argentadas, bujelladas, cerillas, lanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimientes, alcalinos y otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de corteza de espantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbión, con tuétano de corzo y de garza, y otras confecciones. Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselvas y clavellinas, mosquetas y almizcladas, pulverizadas con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y millifolia, y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza y de aclaraban y de gamo y de gato montés y de tejón, de harda, de erizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla, de las hierbas y raíces que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza, espliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje e higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de benjuí, de alfónsigos, de piñones, de granillo, de azofaifas, de negrilla, de altramuces, de arvejas y de carillas y de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla, que guardaba para aquel rasguño que tiene por las narices. Esto de los virgos, unos hacía con vejiga y otros curaba apunto. Tenía en un tabladillo, en una cazuela pintada, unas agujas delgadas de pellejos e hilos de seda encerados, y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas: que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía…

“…Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices, sesos de asno, tela de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, espina de erizo, pie de tejón, granos de helecho, la piedra del nido del águila y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres y a unos demandaba el pan do mordían; a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos, a otros, pintaban, con bermellón; a otros, daba unos corazones de cera, llenos de agujas quebradas y otras cosas de barro y en plomo hechas, muy espantables al ver. Pintaba figuras, decía palabras en tierra. ¿Quién te podrá decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira”.

Imagen:https://www.google.com/

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