domingo, 7 de agosto de 2022

CUENTO INFANTIL

EL ECO Y LA FLOR, adaptación de una leyenda griega.

Eco era una hermosa ninfa que vivía en el bosque. Iba por las colinas saltando entre los árboles y corriendo por las orillas de ríos y arroyos. Era tan bonita que placía admirarla, contemplarla; mas también era muy habladora, y cuando charlaba, y charlaba largamente, se desvanecía el encanto de cuantos estaban con ella, pues se aburrían de oírla sin cesar; hasta su belleza parecía que se marchitaba.

Una vez, el constante parloteo de Eco enfureció tanto a Juno, la diosa de los cielos, que en castigo, la privó de su facultad de hablar con sus propias frases. Todo lo que Eco podría decir desde aquel momento sería pronunciar las dos o tres últimas palabras de las conversaciones de los demás. A veces, incluso repetía los ruidos de algunos animales:

-Tuit, tu -decía cuando oía a una lechuza.

-Cuac, cuac, cuac -cantaba al oír a un ganso.

-Croc, croc, croc -croaba cuando oía a un sapo.

Para la pobre Eco, que estaba acostumbrada a hablar, hablar y hablar, esta era una vida muy monótona. Pero uno de aquellos días tan monótonos, Eco tuvo una sorpresa rara. Delante de ella, en el bosque, estaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Este hombre era un cazador, llamado Narciso.

“Debo ver visiones”, pensó Eco.

Con los puños cerrados, se frotó los ojos y volvió a mirar para convencerse de lo que había visto. Aún estaba allí él.

“¡Oh, si este guapo cazador dijera unas palabras para que yo pudiera repetir!”, se dijo suspirando.

Eco no sabía que el guapo Narciso estaba tan enamorado de sí mismo que no prestaba atención a los demás, pero le siguió en su camino, escondiéndose entre los árboles.

Narciso oyó a su espalda los pasos de Eco y, volviéndose, la descubrió.

-Hola -dijo Narciso, indiferente.

-Hola -repitió Eco.

-¿Quién eres?

-¿Quién eres?

-¿No quieres decirme tu nombre?

-¿No quieres decirme tu nombre?

-¿Vives cerca de aquí?

-¿Vives cerca de aquí?

-¿Eres tonta?

-¿Eres tonta?

-¡Cállate!

-¡Cállate!

Cuando Narciso oyó a Eco repetir lo que él decía, se puso de tan mal humor que se alejó de ella sin decir nada más. No tenía tiempo para Eco y sus imitaciones; lo necesitaba para pensar en sí mismo.

Eco se quedó llorando. Sabía que estaba derrotada y que todas las tentativas para hacerse amiga de Narciso serían inútiles.

Dicen que Eco quedó tan apenada que subió a una colina y se convirtió en piedra, no quedando de ella nada más que su voz, la cual todavía puede oírse hoy, repitiendo las palabras de los demás.

Mientras, Narciso avanzaba sin dignarse mirar a nadie. Sólo oía a otras gentes cuando le halagaban.

Los justos dioses de los cielos, que veían las feas acciones de Narciso y que observaron el triste destino de Eco, decidieron castigarle por su vanidad.

Así, un día que iba de caza pasó cerca de un tranquilo lago. Se arrodilló para beber y vio su cara reflejada en el agua. Sonrió, y la imagen del agua sonrió también. Los dioses hicieron que se quedara allí, admirando su cara. De esta manera, maravillado por el reflejo de su rostro, pasó días y días, sonriendo y haciendo gestos de agua, olvidándose incluso de comer y beber, hasta que, finalmente, se consumió. Los dioses bajaron para recoger su cuerpo y llevarlo al país de la muerte, y en el lugar donde había estado creció una hermosa flor, que recibió su nombre: el narciso.

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