CUENTO INFANTIL
EL ECO Y LA FLOR, adaptación de una leyenda griega.
Eco era una hermosa ninfa que vivía en el
bosque. Iba por las colinas saltando entre los árboles y corriendo por las
orillas de ríos y arroyos. Era tan bonita que placía admirarla, contemplarla;
mas también era muy habladora, y cuando charlaba, y charlaba largamente, se
desvanecía el encanto de cuantos estaban con ella, pues se aburrían de oírla
sin cesar; hasta su belleza parecía que se marchitaba.
Una vez, el constante parloteo de Eco
enfureció tanto a Juno, la diosa de los cielos, que en castigo, la privó de su
facultad de hablar con sus propias frases. Todo lo que Eco podría decir desde
aquel momento sería pronunciar las dos o tres últimas palabras de las
conversaciones de los demás. A veces, incluso repetía los ruidos de algunos
animales:
-Tuit, tu -decía cuando oía a una lechuza.
-Cuac, cuac, cuac -cantaba al oír a un
ganso.
-Croc, croc, croc -croaba cuando oía a un
sapo.
Para la pobre Eco, que estaba acostumbrada a
hablar, hablar y hablar, esta era una vida muy monótona. Pero uno de aquellos
días tan monótonos, Eco tuvo una sorpresa rara. Delante de ella, en el bosque,
estaba el hombre más guapo que había visto en su vida. Este hombre era un
cazador, llamado Narciso.
“Debo ver visiones”, pensó Eco.
Con los puños cerrados, se frotó los ojos y
volvió a mirar para convencerse de lo que había visto. Aún estaba allí él.
“¡Oh, si este guapo cazador dijera unas
palabras para que yo pudiera repetir!”, se dijo suspirando.
Eco no sabía que el guapo Narciso estaba tan
enamorado de sí mismo que no prestaba atención a los demás, pero le siguió en
su camino, escondiéndose entre los árboles.
Narciso oyó a su espalda los pasos de Eco y,
volviéndose, la descubrió.
-Hola -dijo Narciso, indiferente.
-Hola -repitió Eco.
-¿Quién eres?
-¿Quién eres?
-¿No quieres decirme tu nombre?
-¿No quieres decirme tu nombre?
-¿Vives cerca de aquí?
-¿Vives cerca de aquí?
-¿Eres tonta?
-¿Eres tonta?
-¡Cállate!
-¡Cállate!
Cuando Narciso oyó a Eco repetir lo que él
decía, se puso de tan mal humor que se alejó de ella sin decir nada más. No
tenía tiempo para Eco y sus imitaciones; lo necesitaba para pensar en sí mismo.
Eco se quedó llorando. Sabía que estaba
derrotada y que todas las tentativas para hacerse amiga de Narciso serían
inútiles.
Dicen que Eco quedó tan apenada que subió a
una colina y se convirtió en piedra, no quedando de ella nada más que su voz,
la cual todavía puede oírse hoy, repitiendo las palabras de los demás.
Mientras, Narciso avanzaba sin dignarse
mirar a nadie. Sólo oía a otras gentes cuando le halagaban.
Los justos dioses de los cielos, que veían
las feas acciones de Narciso y que observaron el triste destino de Eco,
decidieron castigarle por su vanidad.
Así, un día que iba de caza pasó cerca de un
tranquilo lago. Se arrodilló para beber y vio su cara reflejada en el agua.
Sonrió, y la imagen del agua sonrió también. Los dioses hicieron que se quedara
allí, admirando su cara. De esta manera, maravillado por el reflejo de su
rostro, pasó días y días, sonriendo y haciendo gestos de agua, olvidándose
incluso de comer y beber, hasta que, finalmente, se consumió. Los dioses
bajaron para recoger su cuerpo y llevarlo al país de la muerte, y en el lugar
donde había estado creció una hermosa flor, que recibió su nombre: el narciso.
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