Samaniego nos trae dos leones y una leona
Su primer león comprueba que al charlatán se le va la fuerza por
la boca.
El segundo león toma al pie de la letra el consejo de la astuta
zorra en contra del lobo cortesano.
Su leona se queja de su pena y por ello recibe el justo reproche del oso.
El león y la rana
Una lóbrega noche silenciosa
iba un león horroroso
con mesurado paso majestuoso
por una selva, oyó una voz ruidosa,
que con tono molesto y continuado
llamaba la atención y aun el cuidado
del reinante animal, que no sabía
de qué bestia feroz quizá saldría
aquella voz, que tanto más sonaba
cuanto más en silencio todo estaba.
Su majestad leonesa
la selva toda registrar procura;
mas nada encuentra con la noche oscura,
hasta que pudo ver, ¡oh qué sorpresa!,
que sale de un estanque a la mañana
la tal bestia feroz, y era una rana.
Llamará la atención a mucha gente
el charlatán con su manía loca;
mas ¿qué logra, si al fin verá el prudente
que no es sino una rana, todo boca?
El león, el lobo y la zorra
Trémulo y achacoso
a fuerza de años un león estaba;
hizo venir los médicos, ansioso
de ver si alguno de ellos le curaba.
De todas las especies y regiones
profesores llegaban a millones.
Todos conocen incurable el daño;
ninguno al Rey propone el desengaño;
cada cual sus remedios le procura,
como si la vejez tuviese cura.
Un lobo cortesano
con tono adulador y fin torcido
dijo a su soberano:
“He notado, Señor, que no ha asistido
la Zorra como médico al congreso,
y pudiera esperarse buen suceso
de su dictamen en tan grave asunto.
”Quiso su Majestad que luego al punto
por la posta viniese;
llega, sube a palacio, y como viese
al lobo, su enemigo, ya instruïda
de que él era autor de su venida,
que ella excusaba cautelosamente,
inclinándose al Rey profundamente,
dijo: “Quizá, Señor, no habrá faltado
quien haya mi tardanza acriminado;
mas será porque ignora
que vengo de cumplir un voto ahora,
que por vuestra salud tenía hecho;
y para más provecho,
en mi viaje traté gentes de ciencia
sobre vuestra dolencia.
Convienen pues los grandes profesores
en que no tenéis vicio en
los humores,
y que sólo los años han dejado
el calor natural algo apagado;
pero éste se recobra y vivifica,
sin fastidio, sin drogas de botica,
con un remedio simple, liso y llano,
que vuestra majestad tiene en la mano.
A un lobo vivo arránquenle el pellejo,
y mandad que os lo apliquen al instante,
y por más que estéis débil, flaco y viejo,
os sentiréis robusto y rozagante,
con apetito tal, que sin esfuerzo
el mismo lobo os servirá de almuerzo.”
Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
murió el infeliz lobo como un perro.
Así viven y mueren cada día
en su guerra interior los palaciegos
que con la emulación rabiosa ciegos
al degüello se tiran a porfía.
Tomen esta lección muy oportuna:
lleguen a la privanza enhorabuena,
mas labren su fortuna
sin cimentarla en la desgracia ajena.
La leona y el oso
Dentro de un bosque oscuro y silencioso,
con un rugir continuo y espantoso,
que en medio de la noche resonaba,
una leona a las fieras inquietaba.
Dícela un oso: “Escúchame una cosa:
¿qué tragedia horrorosa
o qué sangrienta guerra,
qué rayos o qué plagas da la tierra
anuncia tu clamor desesperado,
en el nombre de Júpiter airado?”
“¡Ah! Mayor causa tienen mis rugidos.
Yo, la más feliz de los nacidos,
¿cómo no moriré desesperada
si me han robado el hijo, ¡ay, desdichada!”
“¡Hola! ¿Con que eso es todo?
Pues si se lamentasen de ese modo
las madres de los muchos que devoras,
buena música hubiera a todas horas.
Vaya, vaya, consuélate como ellas;
no nos quiten el sueño tus querellas.”
A desdichas y males
vivimos condenados los mortales.
A cada cual, no obstante, le parece
que de esta ley una excepción merece.
Así nos conformamos con la pena
no cuando es propia, sí cuando es ajena.
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