lunes, 25 de noviembre de 2024

Samaniego nos trae dos leones y una leona

Su primer león comprueba que al charlatán se le va la fuerza por la boca.

El segundo león toma al pie de la letra el consejo de la astuta zorra en contra del lobo cortesano.

Su leona se queja de su pena y por ello recibe el justo reproche del oso.

El león y la rana

Una lóbrega noche silenciosa

iba un león horroroso

con mesurado paso majestuoso

por una selva, oyó una voz ruidosa,

que con tono molesto y continuado

llamaba la atención y aun el cuidado

del reinante animal, que no sabía

de qué bestia feroz quizá saldría

aquella voz, que tanto más sonaba

cuanto más en silencio todo estaba.

Su majestad leonesa

la selva toda registrar procura;

mas nada encuentra con la noche oscura,

hasta que pudo ver, ¡oh qué sorpresa!,

que sale de un estanque a la mañana

la tal bestia feroz, y era una rana.

 

Llamará la atención a mucha gente

el charlatán con su manía loca;

mas ¿qué logra, si al fin verá el prudente

que no es sino una rana, todo boca?

El león, el lobo y la zorra

Trémulo y achacoso

a fuerza de años un león estaba;

hizo venir los médicos, ansioso

de ver si alguno de ellos le curaba.

De todas las especies y regiones

profesores llegaban a millones.

Todos conocen incurable el daño;

ninguno al Rey propone el desengaño;

cada cual sus remedios le procura,

como si la vejez tuviese cura.

Un lobo cortesano

con tono adulador y fin torcido

dijo a su soberano:

“He notado, Señor, que no ha asistido

la Zorra como médico al congreso,

y pudiera esperarse buen suceso

de su dictamen en tan grave asunto.

”Quiso su Majestad que luego al punto

por la posta viniese;

llega, sube a palacio, y como viese

al lobo, su enemigo, ya instruïda

de que él era autor de su venida,

que ella excusaba cautelosamente,

inclinándose al Rey profundamente,

dijo: “Quizá, Señor, no habrá faltado

quien haya mi tardanza acriminado;

mas será porque ignora

que vengo de cumplir un voto ahora,

que por vuestra salud tenía hecho;

y para más provecho,

en mi viaje traté gentes de ciencia

sobre vuestra dolencia.

Convienen pues los grandes profesores

en que  no tenéis vicio en los humores,

y que sólo los años han dejado

el calor natural algo apagado;

pero éste se recobra y vivifica,

sin fastidio, sin drogas de botica,

con un remedio simple, liso y llano,

que vuestra majestad tiene en la mano.

A un lobo vivo arránquenle el pellejo,

y mandad que os lo apliquen al instante,

y por más que estéis débil, flaco y viejo,

os sentiréis robusto y rozagante,

con apetito tal, que sin esfuerzo

el mismo lobo os servirá de almuerzo.”

Convino el Rey, y entre el furor y el hierro

murió el infeliz lobo como un perro.

Así viven y mueren cada día

en su guerra interior los palaciegos

que con la emulación rabiosa ciegos

al degüello se tiran a porfía.

Tomen esta lección muy oportuna:

lleguen a la privanza enhorabuena,

mas labren su fortuna

sin cimentarla en la desgracia ajena.

La leona y el oso

Dentro de un bosque oscuro y silencioso,

con un rugir continuo y espantoso,

que en medio de la noche resonaba,

una leona a las fieras inquietaba.

Dícela un oso: “Escúchame una cosa:

¿qué tragedia horrorosa

o qué sangrienta guerra,

qué rayos o qué plagas da la tierra

anuncia tu clamor desesperado, 

en el nombre de Júpiter airado?”

“¡Ah! Mayor causa tienen mis rugidos.

Yo, la más feliz de los nacidos,

¿cómo no moriré desesperada

si me han robado el hijo, ¡ay, desdichada!”

“¡Hola! ¿Con que eso es todo?

Pues si se lamentasen de ese modo

las madres de los muchos que devoras,

buena música hubiera a todas horas.

Vaya, vaya, consuélate como ellas;

no nos quiten el sueño tus querellas.”

A desdichas y males

vivimos condenados los mortales.

A cada cual, no obstante, le parece

que de esta ley una excepción merece.

Así nos conformamos con la pena

no cuando es propia, sí cuando es ajena.

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