jueves, 5 de noviembre de 2020

Las Ideas y Los Tiempos

Agustín de Hipona (Tagaste, Argelia, 354 - Hipona – 430)

Gramático, retórico, profesor, filósofo cristiano, proclamado santo.

Tuvo una juventud turbulenta, en la que cometió muchos excesos. Tuvo un hijo a lo dieciocho años y renegó de la religión de su madre, ferviente cristiana.

Abrazó la doctrina del maniqueísmo durante diez años. Esta doctrina habla de dos cosas opuestas, una buena y otra mala, es decir, la luz y las tinieblas. Para alcanzar la salvación, el hombre ha de conocer la parte buena y positiva que tiene y vivir de acuerdo, superando el “piélago de maldades” según expresión de Agustín, que anidan en el hombre.

Estando en Milás de profesor de oratoria, acostumbraba a escuchar los sermones de San Ambrosio, arzobispo de la ciudad. Le gustaba oír  al arzobispo hablando de Dios como sustancia espiritual que de nada depende y de quien depende todo. Entendió que derivando de Él, el ser participa de la sustancia del bien y, por tanto, sólo puede entenderse el mal como pérdida del bien.

Convertido, pidió a San Anselmo que lo bautizara y se retiró con su madre y su hijo a la casa de un migo en Lombardía, y allí se dedicó a escribir sus primeras obras. .

Vuelto a África se ordenó sacerdote en Hipona y se dedicó a predicar la Palabra de Dios, manteniendo grandes controversias contra los pelagianos, arrianos y maniqueos sobre todo. Fue nombrado obispo de Hipona. Entre sus libros citaremos como los más importantes “Confesiones “ y “La ciudad de Dios”.

La doctrina principal de San Agustín respecto a la relación del alma con Dios es que ésta, perdida por el pecado, se salva sobre todo por la gracia de Dios, más que por la voluntad del hombre de hacer el bien desde su libertad. Dios es pensado como bien y bondad; y el encuentro con el hombre se produce en el amor (charitas). “Ama y haz lo que quieras”, es la frase que se le atribuye y que  resume esta idea.

Con respecto a la creación del mundo, San Agustín dice que Dios lo creó en un primer estado de indeterminación, con una serie de potencialidades a modo de semillas que irán originando seres distintos siguiendo el plan divino, en constante evolución.

Siguiendo el ilemorfismo de Aristóteles aplicado al hombre, éste se compone de materia y forma, es decir de cuerpo y alma.  Dice Agustín que ambos, cuerpo y alma son sustancias completas y separadas con una unión accidental. El alma es sustancia espiritual simple e indivisible y, por tanto, inmortal.

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