Las Ideas y Los Tiempos
Agustín de Hipona (Tagaste, Argelia, 354 - Hipona – 430)
Gramático,
retórico, profesor, filósofo cristiano, proclamado santo.
Tuvo una
juventud turbulenta, en la que cometió muchos excesos. Tuvo un hijo a lo dieciocho
años y renegó de la religión de su madre, ferviente cristiana.
Abrazó la
doctrina del maniqueísmo durante diez años. Esta doctrina habla de dos cosas
opuestas, una buena y otra mala, es decir, la luz y las tinieblas. Para
alcanzar la salvación, el hombre ha de conocer la parte buena y positiva que
tiene y vivir de acuerdo, superando el “piélago de maldades” según expresión
de Agustín, que anidan en el hombre.
Estando en
Milás de profesor de oratoria, acostumbraba a escuchar los sermones de San
Ambrosio, arzobispo de la ciudad. Le gustaba oír al arzobispo hablando de Dios como sustancia
espiritual que de nada depende y de quien depende todo. Entendió que derivando
de Él, el ser participa de la sustancia del bien y, por tanto, sólo puede
entenderse el mal como pérdida del bien.
Convertido,
pidió a San Anselmo que lo bautizara y se retiró con su madre y su hijo a la
casa de un migo en Lombardía, y allí se dedicó a escribir sus primeras obras. .
Vuelto a África
se ordenó sacerdote en Hipona y se dedicó a predicar la Palabra de Dios,
manteniendo grandes controversias contra los pelagianos, arrianos y maniqueos
sobre todo. Fue nombrado obispo de Hipona. Entre sus libros citaremos como los
más importantes “Confesiones “ y “La ciudad de Dios”.
La doctrina
principal de San Agustín respecto a la relación del alma con Dios es que ésta,
perdida por el pecado, se salva sobre todo por la gracia de Dios, más que por
la voluntad del hombre de hacer el bien desde su libertad. Dios es pensado como
bien y bondad; y el encuentro con el hombre se produce en el amor (charitas).
“Ama y haz lo que quieras”, es la frase que se le atribuye y que resume esta idea.
Con respecto a
la creación del mundo, San Agustín dice que Dios lo creó en un primer estado de
indeterminación, con una serie de potencialidades a modo de semillas que irán
originando seres distintos siguiendo el plan divino, en constante evolución.
Siguiendo
el ilemorfismo de Aristóteles aplicado al hombre, éste se compone de materia y
forma, es decir de cuerpo y alma. Dice
Agustín que ambos, cuerpo y alma son sustancias completas y separadas con una
unión accidental. El alma es sustancia espiritual simple e indivisible y, por
tanto, inmortal.
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